María José Menor

Una investigación realizada por una enfermera ourensana concluye que la intervención educativa permite fomentar hábitos de vida saludables y que la escuela es un lugar idóneo para promover estos cambios, que pueden tener una incidencia positiva en la edad adulta y que a su vez redundan en la prevención de enfermedades.

Son sólo algunas de las conclusiones de la tesis doctoral titulada Influencia de la intervención educativa para fomentar hábitos de vida saludables entre escolares: estudios multicéntrico, y que fue elaborada por la directora de Enfermería de la EOXI de Ourense, María José Menor Rodríguez, bajo la dirección del departamento de Pediatría de la Universidad de Granada. 

El estudio, que ha logrado la calificación de sobresaliente cum laude, analizó los hábitos de alimentación, de higiene y de ejercicio físico de 479 escolares de entre 6 y 12 años de tres centros públicos gallegos, dos de interior y uno de costa. Tras esa primera evaluación, se realizó una intervención educativa que se organizó a modo de actividades lúdicas. Así, se desarrollaron juegos de rol, un concurso de menús saludables, un karaoke con el rap del cocinero, un bingo saludable y otros talleres, juegos o incluso semanas temáticas dedicadas a alimentos.

Después, se procedió a otra evaluación pasados siete meses de la intervención. Y los resultados demuestran que hubo una mejora general en los hábitos de vida de los escolares, lo que permite concluir que las intervenciones educativas son efectivas.

Son varios los datos concretos que reflejan esa mejora. Y es que si en la primera evaluación el 24,2% de los escolares presentaban un exceso de peso, esta tasa mejoró tras la intervención, algo relacionado con la adquisición de nuevos hábitos.

De hecho, se evidenció que el sobrepeso y la obesidad eran más frecuentes en niños consumidores de dulces combinados con lácteos y también entre aquellos que realizaban un consumo habitual de pasta en la comida y/o en la cena. Uno de los cambios registrados se refiere a este último dato, y es que si un 38,6% de los escolares tomaba pasta a diario, este porcentaje se redujo al 0%tras la intervención.

En relación con los hábitos higiénicos, hubo también una mejora en cuanto a la ducha diaria, el cepillado de dientes y el lavado de manos. Al final del proceso, el 94,4% de los alumnos se duchaba lo recomendado (era un 75,6% en la primera evaluación realizada), el 73% se cepillaba los dientes (antes eran el 57%) y se lavaba las manos con frecuencia el 92,50% (62,20% antes de la intervención).

La higiene postural viendo la televisión o transportando el material escolar al centro educativo también mejoró tras la intervención y, en lo que respecta al ejercicio físico, aumentó en una hora el tiempo semanal que niños y niñas dedicaban a la actividad física. Además, si antes de la intervención eran un 43,2% de los alumnos los que realizaban ejercicio físico fuera del horario escolar, el porcentaje aumentó en siete meses a un 98,3%, cifra que refleja el éxito de la acción educativa.

Todavía es una asignatura pendiente conseguir que los escolares alcancen las 10 horas de sueño que les correspondería. Lo más frecuente es que los alumnos duerman en torno a las 7 horas y, aunque mejoró tras la intervención, todavía queda alejada de las recomendaciones del sueño para esas edades.

Responsabilidad sobre la salud

María José Menor expone, en las conclusiones de la investigación, que la intervención educativa para fomentar hábitos de vida saludables “influyó en los niños y en la comunidad, que conocieron, participaron y tomaron decisiones sobre su propia salud, adquiriendo así responsabilidad sobre ella”.

“Se evidenció que los centros de enseñanza y la familia tienen un papel clave en la configuración de las conductas y los valores sociales de los niños”, explica, para añadir que las escuelas son un espacio “estratégico para mejorar las conductas relacionadas con la salud”.

Contenido revisado en Marzo de 2024.
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